*Por Tatiana Romero
Yo no conocí a Almudena Grandes, nunca me firmó ningún libro a pesar de tenerlos todos y esperar con ansia cada vez que anunciaba el siguiente. Sabía que la llegada de una nueva novela, ya fuera de los Episodios o no, era un día de calma en mi vida, un día que me tomaría entero para leerla. Creo que es la única autora que a día de hoy sigo leyendo así, sin pausas, a veces ni para dormir ni comer.
A los 16 años yo no era una adolescente especialmente popular en el instituto y me pasaba los recreos y los descansos en la biblioteca. No era popular porque me había ganado desde los 13 años el apelativo que, supongo, hay en cada instituto, en cada barrio y en cada pueblo: puta. Mi refugio desde entonces han sido las letras, escribir y leer me ha salvado del colapso. Así, llegó Malena es un nombre de tango a mi vida. No logro recordar si fue la bibliotecaria quien me lo recomendó, pero a quien haya sido le he estado agradecida por el resto de mi vida, Almudena Grandes se convirtió desde entonces en una de las autoras que me comprenden y que le ponen nombre a lo que me pasa, que en ese entonces yo sentía que solo me pasaba a mí.
No quiero hablar aquí de su compromiso político, de su compromiso con la memoria, de sus protagonistas que son supervivientes, héroes derrotados y traicionados por un país desmemoriado. Yo lo que quiero es rescatar esos personajes a los que mueve “la sangre de Rodrigo”, esas mujeres que están marcadas por el sexo y el gusto por él. Esa forma de follar y de necesitar follar, que es Malena pero también es Lulú, pero también es Marisa enfundada en un vestido rojo en el bar de un hotel de lujo, y es Fran enamorada de un hombre que se le parecía al Lenin de su infancia. Es Maite haciendo una receta de verano. Y es Raquel vengando a su abuelo Ignacio. Todas estas mujeres sintieron en algún momento que el mundo se hacía líquido con un beso, y con ellas yo me he ido reconciliando a lo largo de los años conmigo misma.
Sin embargo, son Malena y Raquel a quienes vuelvo una y otra vez. Cuando me mudé a Berlín a los 19 años la primera bicicleta que compré se llamaba Malena. Me casé por papeles, intentando que también fuera por amor, y como Malena no quería. El matrimonio fue un desastre y yo salí del armario como lesbiana, echando en falta una vida que no quería perderme, que sabía que estaba ahí, detrás de la heterosexualidad esperando por mí. Meterme en los baños en las fiestas para enrollarme con mujeres había empezado a ser insostenible. La “sangre de Rodrigo” corría fugaz por mis venas y explotaba mis sienes cada vez que tocaba a una mujer. Quería sentir eso por el resto de mis días, así que sin saberlo, Malena me acompañó en el momento en que junté mis cosas y me fui de casa para vivir esa vida que quería para mí. Malena y su abuela Soledad, la roja, marcaron esa vida que estaba por venir.
¿Amor romántico? Sí, supongo que sí, muchísimo. Me enamoro de rojas, de mujeres que a día de hoy se llaman a sí mismas comunistas y me pasa, como a la abuela Sol, que me enamoro de aquellas que nunca me dan vergüenza ajena. Me enamoro de mujeres a las que admiro profundamente.
Como ya decía Almudena, “no hay amor sin admiración”
También me siento Raquel enamorada de su abuelo, el capitán comunista que perdió la guerra y para quien Madrid era un cielo azul sobre su cabeza bebiendo vermú de grifo en Las Vistillas.
Almudena me regaló entenderme a mí misma y también me regaló el amor por la ciudad en la que hoy vivo y a la que decidí mudarme en buena medida gracias a sus libros. Me regaló reconciliarme con mis sentires, con mi sexualidad y una obsesión que a día de hoy no cesa: la Segunda República española. Me regaló 17 libros que he ido leyendo a lo largo de estos 20 años desde que la descubrí cuando yo tenía 16.
Y le regaló a Olga, mi mejor amiga que ya tampoco está, su libro favorito: Te llamaré viernes. Sé que ella se sentía un poco Benito y Manuela a la vez.
No sé decir adiós, soy muy mala despidiéndome. Me cuesta años entender que la gente a la que quiero ya no esté en mi vida, es por eso que más que decir adiós me da por dar las gracias. Gracias por lo vivido, gracias por el tiempo compartido, gracias por todo lo dicho y lo no dicho, por las emociones, por el amor. Gracias por hacer líquido mi mundo por momentos, por mover el suelo debajo de mis pies, por hacerme sentir la fuerza de gravedad a través de un péndulo de Foucault. Por la dignidad de las rojas. Te echaré muchísimo en falta, pero me quedan tus palabras.
Adiós Almudena.