Café, croissants y feminismo:

Platicando en Francia con Virginia Woolf

Por: Julia Hernández Gutiérrez*

24 de septiembre de 1928. Virginia Woolf y Vita Sackville-West, amiga suya y también escritora, cruzaban en ferry de Inglaterra a Francia para instalarse durante algunos días en Borgoña, región de viñedos y abadías. Antes de eso, Vita había prometido llevar a Virginia a un lugar “absurdamente romántico”, pensando más bien en Turquía o Persia, pero Francia fue lo más lejos que la logró llevar. El viaje ocurrió, sin embargo, poco después de que terminara su relación amorosa, etapa intensa pero breve y que derivó en una gran amistad.

Virginia Woolf siempre apreció las buenas conversaciones. Relató con detalle en sus diarios varias de ellas, como la que tuvo con Sigmund Freud sobre la guerra, cuando éste llegó como refugiado a Inglaterra. También describió las conversaciones invaluables que tuvo con la única escritora que consideró a la altura de ser su rival, Katherine Mansfield; y las numerosas que tuvo desde niña con su hermana Vanessa, cuando una soñaba en convertirse en pintora y la otra en escritora. Ella misma era consciente de su afición por la conversación y de su gusto en sí por la gente, de todas las clases sociales y de todas las edades. Y Vita le intrigó desde el día en que la conoció.

La distinguida Vita Sackville-West, escritora aristócrata y lesbiana, madre y esposa, aficionada de la historia y de la vida en el campo, desató en Virginia toda su creatividad literaria. Woolf escribió por y para ella el libro de Orlando, pero en Vita también, y sobre todo, encontró a una amiga, con la que platicó y platicó por casi veinte años. De parte de Vita, al conocer a Virginia, fue sobre todo admiración, además del interés en atrapar a “un pez muy gordo”, como la propia Vita dijo, pues cuando se conocieron Virginia ya empezaba a volverse una escritora famosa. Tras la muerte de Virginia, Vita escribió sobre ella como una mujer divertida, sensible y de inocencia infantil, intentando cambiar la imagen que Virginia tenía para el público y que (lamentablemente) se mantiene hasta la fecha: la de la escritora loca, un genio lejos del plano terrenal.

Empezaron su viaje con una noche en París, para después pasar por Saulieu, Vézelay, Avallon y Auxerre; todos ellos lugares con importante patrimonio histórico y rodeados de naturaleza, una belleza para los viajeros de ahora y de antaño, pues Vézelay, por ejemplo, es desde hace cientos de años un punto importante del Camino de Santiago en Francia. Para Virginia y Vita, quizás la parte más eufórica del viaje fue cuando se encontraron con una feria y les aventaron confeti, pero muchas otras cosas pasan al platicar con alguien mientras se deambula por callejuelas y campos durante varios días.

Para ese entonces, Virginia estaba a punto de publicar el libro de Orlando, en donde el narrador se burla de quienes piensan que las mujeres, cuando están con otras, se aburren mucho, porque el estímulo de un hombre (y con él, la “verdadera conversación”) no está presente. “Cuando carecen del estímulo del otro sexo, las mujeres no encuentran nada que decirse la una a la otra. Cuando están solas, no hablan, arañan”. Las conversaciones de Virginia Woolf con otras mujeres, y con hombres también, debieron ser no sólo interesantes sino una delicia, como lo describió el hijo de Vita, Nigel Nicolson, al mencionar que hablar con Virginia era tan estimulante como tomarse dos copas del mejor champán. Respecto al viaje a Borgoña, Virginia escribió al esposo de Vita diciendo que nunca se había reído más en su vida que durante aquellos días.

Para ese entonces, Virginia estaba a punto de publicar el libro de Orlando, en donde el narrador se burla de quienes piensan que las mujeres, cuando están con otras, se aburren mucho, porque el estímulo de un hombre (y con él, la “verdadera conversación”) no está presente.

No todo fueron risas, sin embargo. En uno de sus primeros días en Francia, en el Hotel de la Poste de Saulieu, desayunaron juntas en el cuarto de Vita y hablaron sobre feminismo. Fue una conversación intensa, pues las ideas de Virginia para Vita eran demasiado radicales, aunque en la práctica Vita era la más “rebelde” de las dos con respecto al papel de las mujeres de aquel entonces, al mantener varias aventuras amorosas con mujeres y al insistir en seguir usando su apellido de soltera, por ejemplo. No fue la única vez que tuvieron una discusión así, pues varios años después, con la publicación del libro Tres guineas, mantuvieron un fuerte pleito a través de cartas, ya que los argumentos de Virginia contra la guerra, con trasfondo antipatriarcal, eran demasiado para la aristócrata, ferviente defensora de su patria y de sus tradiciones. Las frases feministas de Virginia que aún citamos y recitamos se gestaron gracias a lecturas, observaciones y conversaciones casuales con sus conocidos, como aquella mañana con Vita.

Virginia Woolf, sin embargo, nunca aceptó fácilmente la etiqueta de feminista, pues los movimientos organizados de mujeres le causaban cierta desconfianza, pero sobre todo porque las mujeres le importaban en un aspecto más allá de lo político. Más que una intención de posicionar y defender la causa feminista ante otros, ella quiso mostrar que el punto de vista que las mujeres tenían sobre la vida y sobre el mundo era diferente, y lo quiso transmitir siempre en sus libros. Denunciaba, ciertamente, que las mujeres fueran injustamente excluidas de algunos espacios serios y formales, como de la élite universitaria, pero se esforzó por expresar cómo también se les privaba de lugares y momentos de descanso y de disfrute. Criticaba que las reuniones de las jóvenes universitarias fueran modestas y que lo único que se ofreciera para beber ahí fuera té, mientras que en los colegios masculinos había ostentosos banquetes. Aquel desayuno en Borgoña con Vita probablemente alimentó el ánimo con el que presentó ante algunas estudiantes, semanas después, un par de conferencias que se convertirían en una de sus obras más famosas: como menciona en su diario al relatar la plática con esas jóvenes, “les dije llanamente que tomaran vino y tuvieran una habitación propia”.

Virginia Woolf, sin embargo, nunca aceptó fácilmente la etiqueta de feminista, pues los movimientos organizados de mujeres le causaban cierta desconfianza, pero sobre todo porque las mujeres le importaban en un aspecto más allá de lo político.

En otro momento del viaje, Virginia le leyó a Vita un relato que había escrito sobre “el viejo Bloomsbury”, es decir, sobre cómo comenzó aquel grupo de intelectuales y artistas al que ella pertenecía, en el barrio londinense del mismo nombre. Cuando era muy joven, su casa se convirtió en el punto de reunión de sus hermanos varones con sus amigos de la Universidad de Cambridge, con quienes ella también forjó una gran amistad (como Maynard Keynes, por ejemplo). En épocas de Virginia Woolf, sentar a un amigo o amiga a escuchar la lectura de veinte o más páginas escritas por una misma era algo aparentemente frecuente, o por lo menos parecía una actividad muy lógica en el itinerario viajero de estas dos escritoras. Vita, por supuesto, escuchó con atención, y es que el texto en sí es un placer, se puede consultar en el libro Momentos de Vida y trata de cómo Virginia, siendo una muchacha y sin estudios formales, comenzaba a sentirse atraída por la vida intelectual, era cuestionada en sus creencias morales, y abría sus ojos ante temas prohibidos para una joven burguesa de aquel entonces, como el sexo.

Así transcurrió el viaje. Cuando no tenían de que hablar, bastaba con sentarse juntas a escuchar los grillos, como cuenta Vita en su diario. Pero quizás la conversación de esos días que más recordarían ambas, pues siguió mencionándose en las cartas que se mandaron años después, fue durante una fuerte tormenta en Vézelay cuando en medio de la noche, Vita pasó al cuarto de Virginia para verificar sí estaba bien, con la actitud maternal que siempre le mostró. Durante esa conversación nocturna hablaron de la vida y de la muerte, más concretamente de sí le tenían miedo a la muerte. Un tema, por supuesto, que sólo se puede hablar con alguien tan importante como lo fueron la una para la otra, con relámpagos de fondo, en la madrugada y en un paisaje como el de Borgoña. Regresaron a Inglaterra el 30 de septiembre, un día antes de lo planeado, tal vez porque los temas de conversación se les terminaron en ese momento. Porque por más largas, variadas y entretenidas que sean las conversaciones entre mujeres pueden agotar y agotarse.

Vita pasó al cuarto de Virginia para verificar sí estaba bien, con la actitud maternal que siempre le mostró. Durante esa conversación nocturna hablaron de la vida y de la muerte, más concretamente de sí le tenían miedo a la muerte. Un tema, por supuesto, que sólo se puede hablar con alguien tan importante como lo fueron la una para la otra

Yo he viajado con amigas y mujeres de mi familia varias veces, y en un viaje de algunos días con una amiga supe que la conversación se estaba acabando cuando me encontré aclarándole que Ricky Martin no era mexicano, sino puertorriqueño. Después de platicar de todos los temas posibles, como el amor, la maternidad, el empleo, el hacerse mayor y la probable jubilación precaria que nos esperaba a ambas, terminamos en Ricky Martin, y no es que tuviéramos mucho más que decir al respecto. Al darnos cuenta de eso, nos acabamos ya sin ganas la cerveza que nos quedaba y nos fuimos de ahí, a retomar nuestras vidas separadas y tener más que contarnos la siguiente vez.


Nota: Todas las fotos son autoría de Julia Hernández Gutierrez.
Foto 1: Avallon, Francia. Punto del itinerario en el viaje a Borgoña de Virginia Woolf y Vita
Sackville-West
Foto 2: Hotel de la Poste en Saulieu, Francia. Donde Virginia Woolf y Vita Sackville-West se
hospedaron y hablaron de feminismo
Foto 3: Restaurante del Hotel de la Poste et du Lion d’Or en Vézelay, Francia. Donde Virginia
Woolf y Vita Sackville-West se hospedaron y hablaron durante la noche, entre relámpagos.

Foto 4: Vézelay, Francia. Terraza de la Basílica de Santa María Magdalena.


*Julia Hernández Gutiérrez, socióloga mexicana, se dedica a comprender cómo resisten los individuos y familias ante la violencia del Estado y otras formas de dominación. Para no caer en la tristeza y la desesperanza, emplea otra parte de su tiempo en indagar sobre amistad, amor y solidaridad entre mujeres.

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