Por: María Isabel*
Es mágico cuando leo un libro y siento que la persona que está hablando me entiende, es único sentir que las palabras de una persona que no conozco y nunca conoceré me dicen “yo estoy aquí, yo te entiendo”. Ahí radica el poder de la lectura, que nos conecta con otros seres humanos y nos hace viajar en el tiempo y el espacio. Leer a Virginia Woolf es lo más reconfortante que me ha pasado en los últimos días. El saber que una mujer que vivió hace cien años alguna vez se sintió como me siento yo ahora, me hace pensar que no estoy tan perdida como me imagino, y que la situación de las mujeres no ha cambiado tanto como creemos.
Los últimos cuatro años de mi vida los he dedicado al estudio y al trabajo desde casa, mejor conocido en la actualidad como “home office”, y debo decir que han sido los años más frustrantes y cansados de toda mi corta experiencia profesional. Aquí la razón, vivo con mis papás. Y en realidad no son ellos el problema, sino lo que esperan de mí al estar en la casa. Si estoy en mi casa, inherentemente se espera que haga labores del hogar, como sacar la basura, lavar la ropa, atender el teléfono, atender el timbre, cuidar a las sobrinas, poner la mesa, lavar los trastes, etc. La cosa es que se espera que lo haga en el horario en el que estoy trabajando, en pocas palabras o hago todo eso, o trabajo.
Mi presencia física en la casa no significa que esté mentalmente ahí, mi mente está en escribir, en pensar, y no puedo conectar ideas si a la mitad de una tengo que abrirle al señor del agua. Sin embargo, la frustración y el cansancio no provienen de trabajar y atender algunas responsabilidades del hogar durante el día, sino en mi decisión de trabajar por las noches para no tener que lidiar con ninguna distracción. Así, en cuatro años me he convertido en un búho malhumorado que no tiene energía en las mañanas y que su hora más eficiente ronda entre las dos y cuatro de la madrugada.
Trabajar desde casa es la cosa más difícil que existe, o al menos para mí ha sido un constante batallar. No estoy segura si alguien de género masculino haya pasado por lo mismo que yo, me encantaría saberlo. Pero después de leer a Virginia pienso que mis dificultades se explican por el hecho de ser mujer y estar en casa, y lo que se espera de mí ante eso.
Virginia habla sobre la necesidad de las mujeres de tener una habitación propia donde puedan alejarse de todo, y de todos para dedicarse a sus estudios o trabajos. Nunca me había sentido tan identificada. Parece una necesidad tan obvia, pero que sigue invisibilizada, al menos para mí, y eso ya es algo. Tengo cuatro años anhelando tener un lugar propio donde pueda tener toda la concentración para trabajar, pero al pedirlo o buscarlo parece que estoy pidiendo una incoherencia o algo poco relevante, incluso egoísta. La cuestión es que no pretendo hacer responsable de mis necesidades básicas a alguien más, sino que pugno por el derecho de hacerlas cuando considero oportuno, ¿es tan difícil de entender?
Hay soluciones, claro, podría independizarme y vivir sola, pero los bajos salarios, las pocas oportunidades laborales, las rentas exorbitantes y la inflación de los precios de la canasta básica me mantienen atada al techo de mis papás, porque es muy probable que si me salgo de ahí comience a vivir debajo del puente de Av. Vallarta.
Pero mi punto aquí no es quejarme de mi actual situación laboral, sino de conectar con las palabras de una mujer que, el siglo pasado, hablaba de las mismas cosas que yo estoy viviendo en el siglo veintiuno. Esto me lleva a cuestionarme ¿realmente la situación de las mujeres ya es equitativa?, ¿realmente las mujeres ahora podemos dedicarnos a lo que queramos sin que se espere de nosotras otra cosa?, ¿en el año 2020 las mujeres tenemos oportunidades de vivir independientemente y dedicar nuestro tiempo a trabajos que nos apasionan?, ¿realmente las mujeres podemos contar con un minino de una habitación propia para escribir tranquilamente? Dudo que la respuesta a mis preguntas sea positiva, en realidad no lo dudo, sé que no es así.
A veces me da miedo, tengo miedo que mis palabras sean leídas dentro de cien años y las mujeres se sigan sintiendo igual que yo, atadas económicamente a un tercero por la falta de oportunidades que la sociedad ofrece a las mujeres, atadas a lo esperado de ellas, sin una habitación propia en la cual puedan pensar, solo pensar y escribir. Me da miedo que nos conformemos con los derechos simbólicos que hemos ganado, pensar que con el derecho al voto o a la educación ya está todo ganado, sin ver que en la práctica seguimos estando marginadas económica, política y socialmente.
Al mismo tiempo me siento acompañada, me da confianza saber que hubo en alguna parte del mundo una mujer llamada Virginia que se atrevió a cuestionar la situación de muchas mujeres creativas, escritoras, investigadoras. Una mujer que dijo muy fuerte y claro: no es que las mujeres no tengamos ideas geniales, es que no contamos con una habitación adecuada para desarrollarlas y escribirlas.
Gracias Virginia por darnos voz a muchas, gracias por ser una voz extraordinaria.
Mi nombre es María Isabel, pero me gusta que me digan Marisa. Mi pasión es leer y mi vocación escribir. Soy Trabajadora Social, Investigadora y Feminista.
Mis líneas de investigación son: emprendimiento femenino, subjetividad y procesos educativos.
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