Una lectura feminista interseccional del #MeToo

Por: Jael de la Luz*

Como sobreviviente de violencia sexual, como persona que estaba luchando para descubrir cómo sanarme, también vi a jóvenes, y especialmente a mujeres jóvenes de color en la comunidad con la que trabajé, luchando con el mismo problema y tratando de encontrar maneras de mostrar empatía. Ahora en ese trabajo de sanación colectiva usamos un término llamado «empoderamiento a través de la empatía». El #Metoo es una frase muy poderosa, porque alguien me la dijo alguna vez y eso cambió la trayectoria en mi proceso de sanación.

Tarana Burke, fundadora del movimiento #Metoo desde el 2006 en USA

 

El #Metoo llegó a México como noticia el año pasado cuando mujeres estrellas de Hollywood que han ganado premios o están consagradas dentro del estrellato comenzaron a denunciar los acosos sexuales y las violaciones que vivieron por productores, agentes, publicistas, y en su mayoría, hombres con poder económico y con poder de tomar decisiones sobre la vida de otras personas en el medio del espectáculo norteamericano. Cómo efecto domino, los testimonios y las palabras de actrices fueron suficientes para que en la media mainstream, en las redes sociales y dentro de espacios del feminismo liberal se les mostrara apoyo, resumiendo todo en una sola frase #YoTeCreo.

Sin embargo, este movimiento antes de llegar a Hollywood surgió en el 2006 con Tarana Burke, una mujer afroamericana, quien trabajando en sur de los Estados Unidos en un centro de atención para sobrevivientes de violación, escuchaba y acompañaba a mujeres de origen afro, asiático, árabe, latino y migrante contar cómo en sus lugares de trabajo, en las escuelas, en los edificios que limpiaban o vivían, o en los establecimientos donde hacían sus compras, profesores, entrenadores, comerciantes y hombres que no estaban en el centro de los reflectores, las habían acosado o violado sin que las sobrevivientes pudieran hablar del caso porque nadie les creía.

Tarana, habiendo pasado por la misma experiencia, pensaba en cómo visibilizar la violencia sexual en los lugares de trabajo y en la calle, cómo hacer que las mujeres con las que trabajaba no normalizaran más el acoso sexual y cómo sus casos podrían ser llevados a cortes. Pensaba cómo esas mujeres sobrevivientes de violencia sexual podrían ser escuchadas y llevar a la justicia a sus perpetradores sin que se les minimizara por su origen social, racial, religioso, condición migratoria y educativa. Para estas mujeres no había un #Metoo y un #IBeliveYou…

A 18 años de haber surgido el #Metoo en un espacio de apoyo comunitario para y por mujeres de color (mujeres que son afrodescendientes, mestizas, de origen asiático, mix race y de otras minorías étnicas excluidas del privilegio blanco), poco a poco feministas blancas en posiciones de privilegio se subieron al tren del movimiento sin reconocer las voces de sus hermanas de color. Tuvo que llegar el 2018 para que el #Metoo fuera un fenómeno sino global, por lo menos de dominio público, donde algunas estrellas abrieron sus espacios mediáticos y reconocieran que el #Metoo no es algo exclusivo de mujeres como ellas, con privilegios, sino que ya venía haciendo ruido más de una década atrás.

En el caso mexicano quizá tenemos poca memoria para recuperar las voces y presencias de mujeres que hoy quizá ya no están presentes porque nadie les creyó y sus perpetradores las asesinaron. La lista es muy grande. Para ellas no hubo espacios seguros ni redes sociales con el #YoTambién #YoTeCreo porque sí fueron al ministerio público a denunciar, les preguntaron: «¿qué hiciste para que te hicieran esto?» O bien, simplemente porque siempre se ha puesto en duda la palabra de las mujeres al hablar de violencia y acoso sexuales.

Aunque hoy día asistimos a un momento donde las nuevas feministas están tomando los espacios públicos para hacer oír sus demandas, creando proyectos-espacios seguros para empoderarse colectivamente, y usando las redes sociales como plataformas para hacer activismo y crear alianzas globales, El estado, la calle, las Iglesias, los medios de comunicación oficiales y el hogar trabajan conjuntamente para crear una sistema misógino donde se sigue culpando a las mujeres por las violencias que viven, o bien, siguen usando las formas clásicas de decirnos «calladita te vez más bonita.» Lo más triste es que ante las formas o metodologías de acción o autorepresentación, hay mujeres que teniendo más privilegios que las mayorías, censuren, critiquen y le den la razón a los perpetradores, sólo por ser varones con poder en la academia, el arte, las ciencias, la política y demás poderes terrenales. Es tiempo de dudar del buen padre, del buen compañero de trabajo, del buen intelectual, del buen sacerdote, del buen músico…

Desmantelar el sistema patriarcal en su componente misógino no es tarea fácil. Como ya no han hecho notar Audre Lorde desde la década de 1970 y a inicios del siglo XIX la antropología mexicana Marcela Lagarde, entre mujeres también se da la misoginia cuando no podemos pactar entre nosotras o cuando mujeres con menor privilegio tienen que ceder su poder y necesidades frente a las agendas de las mujeres con más privilegios; o bien, cuando algunas mujeres comparten privilegios de poder basados en la clase, el origen social, los espacios educativos o culturales, esas mujeres se han beneficiando de ese sistema patriarcal, por lo que es más fácil sostener la casa del amo con las herramientas del amo (Lorde), que tomar distancia y hacer una autocrítica.

Qué mujeres como la periodista Blance Petrich, la escritora ruso-mexicana Elena Poniatoska, la actriz de telenovelas y diputada federal Carmen Salinas o la primera actriz mexicana Claudia Ramírez expresen sus opiniones ante el suicidio del roquero mexicano Armando Vega Gil, diciendo que un tweet anónimo dentro del @metoomusicamx,  es insuficiente para dar credibilidad a una acusación que marco el fin de un hombre extraordinario, da para pensar. El hombre dejo una carta antes de suicidarse y aún así hay personas que se empeñan en ver el punto negro dentro del papel blanco, cuando una clave de lectura es la salud mental que el hombre da peso y argumentos en su carta.

Por qué no se abre la mirada para ver cómo la violencia y el acoso sexual nos afecta directa e indirectamente y dejamos de usar el mismo lenguaje sangrante y misógino que por siglos nos ha afectado y deshumanizado como mujeres y entre mujeres. Pero he ahí la diferencia: no es lo mismo que lo diga una mujer que tuvo que dejar sus prácticas para ser periodista porque su jefe de redacción la acosaba hasta el cansancio, a alguien que tiene una columna semanal en una periódico de tiraje nacional.

El poder de la palabra, el acceso a espacios, la calidad del mensaje y el lenguaje utilizado siempre serán herramientas para que quienes tienen el privilegio de escribir como estilo de vida y viven de ello, puedan generar opinión pública y desde su posición incluso señalar las faltas de ortografía en los tweets de mujeres que buscan: 1. romper el silencio, 2. ser escuchadas, 3. ser acompañadas, 4. formar un frente común, 5. futuras colaboraciones para sanar y actuar frente a la violencias que nos atraviesan y, 6. cambios de políticas publicas donde la justicia en temas como el acoso y la violencia sexual no se dejen más en impunidad.

Quién vea el feminismo como un movimiento lineal, progresista, sin contradicciones, seguirá sosteniendo la casa del amo con herramientas del amo. Ya no podemos permitir que mujeres con más privilegios nos digan a las mayorías que decir, cómo ser políticamente correctas o cómo escribir tweets para no hacer del feminismo un movimiento reaccionario y de mal gusto. De ahí que mi invitación es echarse una vuelta a la historia del movimiento feminista interseccional, a la historia de los movimientos  liberacionistas, decoloniales e indígenas y de mujeres de base.

O ya si de plano te gusta la postura del feminismo sufragista blanco de acción directa, pues a leer la biografía de Emmeline Pankhurst My Own Story (a leer más Pankhurst y menos Woolf). Estudiando cómo han sido las mujeres que nos precedieron antes del #Metoo sabremos entender porque no todas las mujeres en posiciones de poder nos representan o nos creen; quizá logremos comprender porqué muchas de las prácticas feministas de mujeres en las artes, la cultura, la academia, las ongs transnacionales, la OEA, la ONU y demás, no hablan de cómo reproducen su clasismo, su racismo, su lesbofobia, su islamofobia y prefieren hablar de equidad de género. Aunque ustedes no lo crean esas prácticas perduran en cualquier espacio, y quizá nos toparemos con mujeres que al vernos trataran de invalidarnos pero a la manera británica: muy suave, muy elegante y sobre todo de maneras excesivamente condescendientes; algo así como el patriarcado nos quiere enseñar a obedecer y callar…

 

 

Jael*Jael de la Luz. Mexicana, historiadora feminista, editora, activista y educadora popular en Latin American Women’s Aid, LAWA, Londres. Es madre, esposa, amiga de gente luchona y escribe por gusto, curiosidad y desahogo. Ama los libros y no concibe sus días ellos. Recuerda a sus amigos que se están del otro lado del charco con la esperanza de un día volver. Le interesan los temas de espiritualidad, decolonización, feminismo interseccional, gentrificación, América Latina y cultura chicana. Twitter: @jaeldelaluz, en Instagram como jaeldelaluz, en Youtube: Jael de la Luz, y Facebook: Jael de la Luz.

 

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