Editorial (julio)

Estamos en julio y nuevos debates se ponen sobre las mesas de diálogo feministas. Por un lado, en México, éste mes celebramos 62 años de haber conquistado el voto femenino, lo que nos motiva a plantear que “elegir y poder ser elegidas” no implica elegir sobre nosotras mismas y nuestros cuerpos; ya que en nuestro país la mayoría de los estados penalizan la Interrupción Voluntaria del Embarazo.

Como en México, alrededor del mundo las mujeres enfrentan violencia institucional sobre sus cuerpos, la cual las orilla a morir por abortos mal practicados, insalubres y en la clandestinidad; o en su defecto a sufrir diversos y severos trastornos a la salud física y mental, o a llevar a término embarazos no deseados que se convierten, en los más de los casos, en niñxs mal cuidadxs, maltratadxs, o abandonadxs, acentuando las problemáticas de la infancia. Por ejemplo, países como Chile, siguen luchando por despenalizar al menos tres causales –básicas- para abortar: inviabilidad fetal, peligro de vida para la mujer y embarazo por violación. El Salvador, Nicaragua, Honduras, Haití, Surinam, Andorra, Malta y El Vaticano continúan prohibiendo en su totalidad el aborto; es decir, incluso en caso de violación. Por otro lado, el gobierno trumpista se aferra a retirar el apoyo de Estados Unidos a cualquier proyecto, ya sea interno o externo, que practique abortos; incluidos aquellos que trabajen con mujeres adultas y niñas en zonas de conflicto, quienes viven un alto riesgo de ser violadas y resultar embarazadas.

Este mes también conmemoramos el Día Internacional del Trabajo Doméstico (22 de julio),

declarado en 1983 por el II Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Lima, para promover el reconocimiento del trabajo que las mujeres hacen en sus hogares y que, a pesar de aportar a la sociedad y las economías nacionales, parece invisible. Arraigado en la división sexual del trabajo, que refuerza el papel subordinado de las mujeres en la cultura, economía, sociedad y política, el trabajo doméstico ha carecido del reconocimiento y prestigio social que tradicionalmente se vinculaba con las actividades públicas, destinadas a la producción, y ocupadas por varones. […] Se estima que las mujeres latinoamericanas, fundamentalmente las más pobres, dedican entre 12 y 18 horas cada día al trabajo doméstico: al año, suman 1.700 millones de horas. (Observatorio Ciudadano de los Derechos de las Mujeres)

Es importante tener en cuenta la relación que el trabajo doméstico tiene con la maternidad, ya que ambas actividades pertenecen, desde la perspectiva patriarcal de los roles de género, a las características “naturalmente femeninas”. Es decir, que dentro del imaginario social de las sociedades patriarcales, que las mujeres sean madres y amas de casa, o empleadas domésticas, es algo natural en ellas; por lo que estas ideas se trasladan a todas las esferas de la vida social, incluyendo aquellas que tocan los derechos humanos. Así, forzar la maternidad en mujeres y niñas, o destinarlas a trabajar en el hogar un número de horas significativamente mayor al de hombres, sin goce de sueldo ni reconocimiento, o en caso de ser empleadas domésticas, a trabajar con sueldos mínimos (sin contar que en la propia casa se repetirá la labor), no es considerado una violación de sus derechos humanos más que por lxs feministas.

Así mismo, a finales de mes, conmemoramos el Día Internacional de la mujer negra, latinoamericana y caribeña (25 de julio) el cual

Fue declarado por las mismas mujeres afro descendientes y afro caribeñas que reunidas en el Primer Encuentro de Mujeres Negras en República Dominicana en el año 1992, recontaron una historia no solo de racismo y sexismo, hasta entonces invisible, sino tomaron la decisión de construir una fuerza política que hoy ha producido teorías, análisis, discursos y nuevas prácticas. (Observatorio Ciudadano de los Derechos de las Mujeres)

Entre esos discursos cabe el feminismo interseccional; el cual reconoce que la opresión no se manifiesta de manera exclusiva a partir del género, sino que existen múltiples variables de opresión en juego en las relaciones de poder-dominación, tales como la raza, la clase social, la especie (cuando hablamos de explotación animal), entre otras. Así, desde el feminismo interseccional, podemos plantear que el aborto es una problemática multifactorial, que de no entenderse de tal manera, deja de lado los niveles de afectación que mujeres de diferentes backgrounds sociales viven. De ahí la importancia de reconocer la urgencia que la despenalización del aborto y el apoyo a programas de salud sexual y reproductiva que trabajen con mujeres en zonas marginadas y de conflicto, implica. No permitamos que la ceguera moralista y misógina que los Estados/Iglesia tienen frente a las problemáticas particulares que viven las mujeres, destruya los derechos antes alcanzados, ni detenga aquellos que están en proceso de ser alcanzados. Es nuestro deber como feministas no descansar hasta que los discursos sobre la maternidad y el trabajo doméstico (de cuidados y crianza), se modifiquen para alcanzar una sociedad justa y equitativa que realmente ofrezca a las mujeres las mismas oportunidades de crecimiento y derechos humanos que a los varones.

Desde Feminopraxis urgimos a las feministas de distintas corrientes a que no se pierda de vista esta vital discusión y demandemos constante revisión y cambio a las leyes que penalizan el aborto en México y otros países. Invitamos a compartir campañas que visibilicen la lucha por el derecho a decidir de mujeres latinoamericanas, para generar presión en tanto hermanas de continente y de batalla. Asimismo, hacemos un llamado para no olvidar a las mujeres que viven en Estados Unidos y otras zonas del mundo, quienes se verían fuertemente afectadas en caso de que dicho gobierno retire los apoyos a los programas de planificación familiar como Planned Parenthood, que practican abortos seguros en 10 países del mundo.

Que su lucha sea nuestra, unámonos en sororidad por una vida libre para todas.

-Feminopraxis

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