Que la libertad de importunar sea para contar nuestras historias #Metoo

*Imagen de Melinda Beek

Hace meses que no puedo escribir, pienso en diversos temas que están afuera, esos del análisis de la realidad que percibo, pero lo que me mueve ahora viene de otro lugar. Los recientes casos de acoso sexual me cimbraron y después la dichosa libertad para importunar* me ha llenado de emociones y razonamientos que se cruzan entre en análisis teórico  y mi propia historia. Me dije que yo nunca me he asumido en mis letras como sobreviviente de abuso.

Quienes llevamos ese tipo de experiencias grabadas en el recuerdo y en el cuerpo, sabemos que nosotras pocas veces nos sentimos con esa «libertad de importunar», de hablar de nuestra historia, de señalar a quienes fueron parte de ella y eso me anima a publicar hoy, después de una lucha interna sobre la pertinencia de mis letras, para mí, para mi familia, para mis seres cercanos. En ese lucha interna ha ganado la idea de que no quiero mirar a una sobreviviente de abuso y decir «Yo no hable» «no hables» «a todas nos ha pasado» «es normal».

El abuso sexual que yo viví fue intrafamiliar, por mi hermano mayor. Mi hermano a su vez fue víctima de abuso (lo que no le quita su responsabilidad) lo menciono porque para mí ha sido importante ver el sistema que sostiene los actos, él aprendió desde chico que había cuerpos que tenían control sobre los otros y después replicó su aprendizaje cuando pudo.

Como adulta he observado que en mi familia hubo una red de abusos sexuales sostenidos en diversos discursos como “los trastes sucios se lavan en casa” la idea de que las mujeres bonitas «provocan», la falta de límites para los varones que se sostiene en el rango de importancia que se les otorga en la jerarquía familiar y una nube de negación que se ha heredado por generaciones.

Quienes han vivido abuso sexual infantil saben que los daños son difíciles de cuantificar, como los recuerdos y la mente no funciona igual que la de un adulto, uno va construyendo y significando el hecho mientras crece y se desarrolla, si se trabaja el trauma se sale adelante y se resignifica el sentido de la vida y  la sexualidad, pero eso no siempre sucede o no de golpe y a veces el trauma va dejando otros desastres en el camino.

En mi caso, mantuve silencio por muchos años, recuerdo que a mis amigas les contaba la verdad a medias, era mi manera de apaciguar mi angustia. “Un tío abusa de mí” contaba porque decir que era mi hermano era muy doloroso para mí. Me pregunté algunas veces si mi mente había inventado lo sucedido, si algo estaba mal en mí como para imaginar cosas que no habían sucedido, me sentía atormentada, me encerraba en mi closet por horas llorando. Tenía un recuerdo claro que me causaba un dolor profundo. Recuerdo haber escuchado a mi hermano decir “Que no pasaba nada con lo que me hacía, que nada podía pasar porque yo no podía embarazarme pues aún no menstruaba.”

Entonces el barniz de uñas de mi mamá se convirtió en mi menarquía, “Ya me bajó” comunique en casa, y me compraron mis primeras toallas sanitarias. Recuerdo el ardor que sentí la primera vez que mi vulva hizo contacto con el barniz rojo de mi mamá, después aprendí a poner el barniz sobre la toalla y dejarlo secar para después ponérmela sin dolor… pero el recuerdo siguió doliendo. Varias veces dije “Ya no más” y en algún momento cesaron los abusos.

A los 18 años enfrenté a mi hermano, me sentía como un trapo de emociones que no podía manejar, mis relaciones amorosas eran violentas y yo me sentía sin control emocional ¡Ya no aguantaba! Cuando lo enfrenté me contó que el “había estado expuesto desde muy chico a lo mismo y se le hizo fácil” se disculpó por el daño, me dijo que me apoyaría en lo que necesitara, si quería que le dijéramos a mis papás, si quería apoyo psicológico (nunca mencionó que él también podría necesitarlo). En ese momento para mí fue suficiente, fuimos justo ese día a contarle a mi padre y a mi madre (por separado, pues son divorciados) ambos reaccionaron de una forma que en ese momento no entendí, entre la frialdad y la extrañeza, no se negaron a la realidad, pero tampoco propusieron algún límite, consecuencia o acción ante lo que ya sabían.

Como dije, en ese momento para mí fue suficiente que mi hermano reconociera lo que hizo y que mis padres no negaran lo sucedido. Seguí mi vida con “normalidad” aunque siempre sintiendo más distancia con mi “hermano mayor” a diferencia de mi otro hermano.

Cuando me encontraba en la Universidad un nuevo hecho me volvió a cimbrar, mi hermano mayor me escribió por mensaje privado, me dijo que le quería volver a repetir la experiencia de cuando éramos niños, me explicó con palabras que supongo él consideró poéticas, que quería repetir ese primer encuentro, incluso me dijo “que nuestros novios no tendrían que enterarse” y que se sentía excitado sólo de proponérmelo. ¡Mi mundo se cayó! Todo lo que había superado de mi vivencia infantil, la angustia volvió a mí, el llanto incontrolable. Le escribí por ese medio – que no podía creer lo que me estaba proponiendo, que había sido muy difícil para mí reponerme de nuestras vivencias de niños. Él se justificó diciéndome que debía superar “el sentirme como víctima” me dio datos de lugares en el mundo donde los hermanos se casan y no sucede nada ¡Me desmoroné! Pero ya no era una niña y llevaba un proceso de terapia en el que había trabajado el trauma anterior, así que esta vez hable con mi otro hermano, con mi madre y mi padre. Todos se mostraron sorprendidos como yo por lo sucedido y mi madre dijo que lo correría de la casa, pero eso nunca sucedió.

Hombres y mujeres significamos el abuso sexual de maneras muy diferentes, porque la socialización en este mundo patriarcal nos da lentes muy distintos para verle y lo que para mí había sido un trauma a superar, un dolor inmenso que me acompañó años y que fui sacando de a poco con años de terapia, para mí hermano era totalmente otra cosa.

Entonces toda la maquinaria patriarcal se puso en juego y sucedió lo que es común en estos casos, se minimizo el hecho, mi madre me dijo “Yo sé que tiene que ir a terapia, pero no lo puedo obligar” «Tu hermano no te hizo nada» Y yo pensaba «¡¿Tenemos que esperar a que haga algo?!» nadie más tomo postura, dejaron pasar el tiempo esperando que yo olvidara, me llamaron exagerada. Esta vez como adulta decidí poner los límites yo, me fui de casa, con una familia que me recibió como una hija y me apoyo de manera incondicional, hasta que pude pagar un alquiler sin dejar la Universidad.

Estuve muy enojada por algún tiempo, sabía que irme era lo mejor para mí, mi angustia bajó, pero me molestaba todo lo que perdía al ser yo la única en tomar postura. Trabajaba por las mañanas y por las tardes iba a la escuela, deje la danza, que era mi pasión y medio de catarsis en esos tiempos, pues no me daba tiempo de estudiar y obtener dinero. Mi furia crecía al pensar que con él simplemente no había pasado nada, seguía con su vida normalmente, como hasta la fecha.

Con el tiempo construí mi vida y dejé la furia, al menos la que no me dejaba vivir y me ponía a llorar todas las noches. Tal vez debí tomar otras acciones, pero en ese tiempo no podía más que tolerar el dolor mientras intentaba seguir con mi vida, no dejar los estudios, no tirarme en la autocompasión. Me alejé de mi familia por algunos años, algunos no entendieron mi comportamiento y me juzgaron. Construí otras familias, que han sido red y soporte hasta la fecha. Un día me di cuenta que estar tan lejos de mi familia biológica también me dolía y decidí acercarme. Me había alejado no sólo de mi familia nuclear, sino de la extensa, como si fuera yo la que tuviera algo que esconder.

Me di cuenta de las contradicciones que se viven en estos casos, odiaba al cínico, al victimario, pero extrañaba a mi hermano, con quién tuve otras experiencias. Esta es una de las trampas más terribles de estos casos, los victimarios, como se sabe, no son “Monstruos” son hijos sanos del patriarcado y cuando hemos crecido con alguien que abusó, también guardamos otro tipo de experiencias que extrañamos. Esto último ha sido sin duda lo más difícil de conciliar para mí. En algún momento decidí volver a estar en las cenas navideñas y en las comidas de cumpleaños, posar en la foto familiar, recordando siempre las palabras de mi terapeuta “Ya no soy una niña” si cualquier cosa no me gusta puedo irme, puedo usar mi voz, puedo poner límites, puedo protegerme.

¿Me pregunto cuál fue el entramado de discursos en los que él se sintió respaldado en eso que llaman hoy «libertad para importunar»? Esa «libertad» por la que claman se otorga sólo a los ya privilegiados y calla a las que de por si tienen una lucha interna por no callar. #Metoo no es una «cacería de brujas», no «queremos sus cabezas» sino hacer evidente el entramado que permite sostener estos actos, discursos provenientes de mitos familiares, de años de silencio, de nuestra educación católica (escoja la institución patriarcal de su preferencia) no hace falta más que observar a las instituciones que han decidido callar o minimizar el movimiento #metoo, a los varones que han aplaudido un discurso con el que se sienten cómodos y a quienes montadas en sus privilegios descalifican y minimizan una lucha que no entienden.

No sé si después de mi escrito se me expulse de mis apellidos. Sólo sé que no quiero una historia silenciada, quiero darle voz a la niña interna y reafírmale que no tiene una historia para ser silenciada, no quiero contar cosas a medias, quiero sentirme libre y con la fuerza de escribirme, darle paz y congruencia a mi corazón. Porque si alguna vez tengo una hija, no quiero mirarla a la cara y decirle explícita o veladamente que yo calle, no quiero que herede de mí una predisposición a callar cualquier violencia. ¡Que la libertad de importunar sea para contar nuestras historias!.

*Libertad para importunar fue una frase que surgió de un manifiesto de mujeres francesas, puedes revisar más al respecto aquí https://www.elmostrador.cl/braga/2018/01/09/catherine-deneuve-y-artistas-e-intelectuales-francesas-sobre-denuncias-de-acoso-defendemos-la-libertad-para-importunar-indispensable-para-la-libertad-sexual/


** Solo Eliza Tabares Suárez

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